Portada de Cae la noche tropical
Fragmento de Cae la noche tropical
(Manuel Puig, 1988)
—Yo la acompañaba a la salida de una clase que terminaba
ya de noche, a pasar por el bar de Talcahuano y Tucumán, que siempre estaba ahí
sentado un muchacho que la enloquecía. Con buen tiempo las mesitas quedaban en
la vereda, pero con el frío, y frente al descampado de la plaza Lavalle,
inmensa, se veían nada más que las mesas pegadas a la ventana, y las caras
detrás del vidrio bastante empañado. Y nunca al final pasó nada, el muchacho la
miraba y la miraba, a mí jamás, pero nunca la habló. Y años después se casó con
una riquísima de la provincia. Y la pobre Luisita perdió años esperándolo,
hasta que se le presentó aquel otro con que se casó. Ay, Nidia, ahora me corrió
a mí el escalofrío, me acordé como si fuera ayer de ese bar, y esos muchachos
bien engominados. Estarán todos muertos también ellos. Pero yo los estoy viendo
tal cual, muy lindos algunos, porque había dos tipos, ¿te acordás? Los
engominados y los otros, los tipo bohemio, con el pelo largo y sin gomina, con
raya al medio. Cada uno con su encanto particular.
—Pálidos, muy distintos a los de acá.
—A veces el vidrio estaba tan empañado que no se
alcanzaba a ver nada, y daban ganas de acercarse y frotar el vidrio para ver
mejor. Pero nunca nos animamos a tanto.
—Está siempre ese bar de Talcahuano y Tucumán.
—Y el palabrerío era lo mejor. No había uno que no
supiese alguna poesía de memoria, y en algún momento te la decía. Claro que por
ahí había alguno que escribía él mismo lo que te recitaba, y era una
cataplasma. Pero si se conformaban con las clásicas todo andaba mejor.
—¿Te acordás de alguna de esas?
«¡Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—, en caballo con alas, hacia acá se encamina...» ¿Cómo
seguía? Algo del feliz caballero que te adora sin verte... y no me acuerdo más,
Nidia. Esperá un poco, que me va a venir a la mente. Esperá... «el feliz
caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor!»
—Acordate más. Es la poesía de la princesita, ¿verdad?
—Famosísima.
—Hacé memoria.
—«¡Ay! La pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere
ser mariposa...» y no me acuerdo cómo sigue, Nidia.
Esperá... «...Y están tristes las flores por la flor de la corte; los
jazmines de Oriente...» ¡Ay, no me acuerdo!
—Yo no me acordaría ni una palabra.
—«...de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Está presa en sus oros, está presa en
sus tules, en la jaula de mármol del palacio real...» Y no sé más cómo
sigue...
—Hacé memoria, Luci.
—«¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe (La princesa está
pálida. La princesa está triste) más brillante que el alba, más hermoso que
abril! —¡Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—, en caballo con alas,
hacia acá se encamina», y ahí me pierdo de
nuevo.
—«Calla, calla, princesa, dice el hada madrina»..., ¿y qué más?
—«Calla, calla, princesa, dice el hada madrina... dice el hada madrina...»
—Sí, Luci.
—Ay, ¿cómo era? Si ya lo dije...
—Algo del caballo...
—Sí, el caballo con alas..., ¿cómo es que sigue?, «el
feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la
Muerte, a encenderte los labios con un beso de amor!»
—Ay, Luci, ni que hubieses sido bruja. Eso mismo me recitaba alguien, pero
no me acuerdo más la cara. ¡Pero sí patente la voz! Ay, Luci, es como si la
estuviese oyendo ahora, ¡pero la cara no me acuerdo ni remotamente! Fuiste una
bruja al acordarte justo de esa poesía.
—Es que era la más conocida de aquella época, la "Sonatina" de Rubén Darío.